Hay días o semanas enteras en los que escribir parece un lujo.
No porque no quieras.
Sino porque estás demasiado cansada para sostener otra tarea más.
Trabajas. Cuidas. Luchas por tener cinco minutos de paz.
Y en medio de todo eso… ¿de verdad vas a escribir una novela?
La respuesta corta: sí.
La larga: sí, pero con otra lógica.
Hola, soy Ivette Chardis y estás leyendo el Escritor Flexible, la newsletter donde escribimos sin fórmulas rígidas ni exigencias tóxicas. Solo impulso, claridad y acompañamiento literario real.
En este artículo vas a encontrar:
Una rutina mínima y realista para sostener tu escritura en días difíciles.
Ideas prácticas para escribir sin tiempo ni culpa.
Una invitación a reescribir tu relación con el cansancio y la creatividad.
Y un recurso si quieres que te acompañe en este proceso.
Primero: no estás fallando
Si estás cansada, si no puedes escribir todos los días, si sientes que vas lenta…
no es que seas poco constante.
Es que estás haciendo lo que puedes con la vida que tienes.
Aceptar eso no te resta como escritora.
Te humaniza.
Y a veces, lo único que necesitas es una rutina suave.
Una que se adapte a ti, no tú a ella.
Escribir cuando tienes el cerebro lleno
La mayoría de las escritoras no escribimos en una cabaña con vistas al lago.
Escribimos en huecos. Entre tareas. Con la cabeza llena de recordatorios y listas invisibles.
Y eso tiene un nombre: carga mental.
Según estudios de la psicóloga francesa Monique Haicault (1984), la carga mental es la gestión simultánea de múltiples tareas, responsabilidades y demandas cognitivas, especialmente asociada a roles de cuidado o multitarea.
En 2019, un estudio publicado en Frontiers in Psychology señalaba que esta sobrecarga cognitiva afecta directamente la capacidad de concentración, creatividad y recuperación mental, haciendo que tareas que requieren foco —como escribir— se perciban como inabordables, incluso si hay tiempo físico.
Así que si estás agotada y no consigues escribir, no es que no quieras.
Es que tu mente ya está trabajando horas extra.
Por eso necesitas una rutina amable.
Una forma de escribir que no te exija rendir, sino reconectar.
La rutina mínima para seguir escribiendo (incluso agotada)
1. Establece un ancla suave
En vez de “voy a escribir una hora cada noche”, piensa en:
“Cada día escribo 100 palabras después del café.”
“Cada jueves, abro el documento aunque no escriba.”
“Cada domingo, repaso lo que ya tengo para reestructurarlo.”
Es tu gesto. Tu microritual. Tu forma de decir “esto sigue importando”.
2. Redefine qué significa avanzar
Avanzar no siempre es escribir mil palabras.
A veces es ordenar ideas.
O releer una escena.
O dejar una nota de voz con una idea que se te ocurrió en la ducha.
Escribir no siempre es teclear.
A veces es seguir pensando en la historia cuando el cuerpo no puede más.
3. Elimina el “todo o nada”
La trampa es pensar: “si no tengo dos horas, no vale la pena”.
Pero 10 minutos al día durante una semana son más que 0 durante un mes.
Escribe como quien cuida una planta: con microconstancia (un poco de agua cada día) no con torrentes esporádicos (vaciar una jarra de agua en una planta pequeña un solo día, la puede ahogar en lugar de salvar)
¿Y si necesitas más que una rutina?
A veces no es cuestión de tiempo, sino de claridad.
De estructura.
De que alguien te acompañe y te diga: por aquí puedes seguir.
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Cosas de escritora:
He escrito capítulos enteros en la app de notas del móvil.
También he pasado días sin tocar el documento.
Pero siempre vuelvo.
Porque mi historia me espera.
Y eso también es escribir: volver, aunque sea cansada.
Recuerdo cómo escribí El indecente secreto de Lady Susan: me levantaba una hora antes de mi rutina habitual para escribir tan solo 25 minutos, los otros 25 los necesitaba para tomarme el café. Los fines de semana le daba un poco más de caña.
No soy del club de las 5 de la mañana, es más, me parece una aberración levantarse a esa hora. Pero aún tengo en mi memoria un sábado (en la época que escribía esa novela) en la que mi hija adolescente salió por la noche. Me dijo que se iba a dormir a casa de una amiga, y que el padre de esta las iría a buscar a la discoteca. No sé por qué algo intuí (todas las madres tenemos ese sexto sentido). El mío funcionó a medias, porque la deje ir a dormir a casa de esta amiga, hasta que descubrí que el padre estaba de viaje y con quien me había enviado mensajes de tranquilidad, sobre “sí, no te preocupes, yo las voy a buscar a tal hora y las llevo a casa “ era con un amiguito de la misma edad.
A las 4 de la madrugada fue cuando descubrí el pastel, y desde esa hora la intenté localizar para echarle una bronca monumental. Como es natural no contestaba al móvil. Y entre desesperación y desesperación abrí el portátil y empecé a escribir los capítulos restantes de la novela.
La castigué un mes sin salir. Algo que luego quedó en dos semanas, después de una dura negociación.
En esos momentos no entendí cómo había podido escribir en ese estado de alteración en el que me mantenía por todo lo que estaba pasando, hasta que descubrí que había creado una rutina tan fuerte que se había convertido en un hábito: escribir al despertar.
Otro día escribiré un artículo más extenso sobre cómo crear estos hábitos y mantenerlos durante el tiempo.
Pero si este artículo te ha hecho respirar hondo y pensar: “esto sí lo puedo hacer”… estás en el lugar correcto.
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Es una conversación tranquila para que me cuentes:
En qué punto estás.
Qué te bloquea.
Qué te gustaría conseguir.
Nos leemos.
Ivette.
Pues sí, efectivamente esto sí lo puedo hacer 😁. Mil gracias por el consejo, Ivette.
Muy interesante 😃. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?